INVIERNOS DE AYER
Una densa brisa bajaba cargada de humedad…
Eran los días aquellos forjados por el jadeo de los caminantes y las exhalaciones de las esposas fieles, ceñidas a los baldes o a los fogones de barro.
Las quebradas y las zanjas estaban revueltas por las incesantes lluvias; en sus candiles se ajetreaban los despojos del producto campestre… Y hablaban los remolinos, pujaban las cuevas y cantaban los viejos metales en el fondo de aquellas aguas color de venganza y de impiedad sin fin.
Escuálidos, con ojeras proyectadas hacia las tardes de hambre, chapoteaban en las aguas desbordadas desnudos niños con el color de los días sin techo y las noches sin abrigo; alumnos del sol y de la lluvia, hermanos de los árboles y fieles amigos del barro y las espinas.
Eran esas tardes podridas de barro y humedad; eran esos broncos potros sin jáquima…
Eran aquellas playas de puertos innavegables y manglares sinfónicos; de objetos perdidos y buscados en riñas y competencias; de esteros prohibidos; de albinas con costras de escarchas níveas confundidas con fango, con troncos desmayados y ñangas punzantes….
Tiempos de juventud sin ojos y sin freno, de risas sin equilibrio y dolor sin llanto…
Inviernos de ayer de heridas sin vendajes y de la sangre ignorada.
René De León G.
25 de enero de 1978
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