lunes, 8 de octubre de 2012

PUERTO ESCONDIDO

PUERTO ESCONDIDO                      

  

     El paisaje de Puerto Escondido semeja un paraíso terrenal.

   

    Quienes visitan aquel ensoñador lugar quedan tan extasiados, que siempre regresan para repetir ese deleite espiritual.  

              

     Todo es tan impresionante que resulta inefable.  Un pueblito, un valle y un puerto se combinan favorecidos por el clima más agradable que he podido sentir.  Cuando el sol, que es tan grato en Puerto Escondido, cae sobre la esmeralda del valle, un paradisíaco lago que en este valle se encuentra, destella reflejos como un diamante inmenso y misterioso.  

               

     El sendero perdido en la montaña, que conduce a las playas donde el río desemboca, es una estrecha faja sobre piedras,  entre barrancos  donde infinidades de plantas exóticas brindan la belleza y el perfume de sus flores.

                

     Partimos al amanecer, cuando ya se ocultaba la reina de la noche y los insectos suspendían su concierto alegre y bullicioso.  Ya casi de día, se podía contemplar, al otro lado del río, el hechizo de las montañas  cubiertas por gasas de algodón. 

                

     En las playas, donde el río confía al mar sus secretos arrastrados por mucho tiempo, se encuentran las más extrañas e interesantes variedades de caracoles, conchas y piedras.  Son estas playas extensas como blancas sábanas que invitan a dormir al son de las canciones que entona el mar de aguas cristalinas y frescas que obsequia espumas  a las riberas de diversas tonalidades de verde.  

               

     Todo el que va se enamora de Puerto Escondido… y  cualquiera se enamora en Puerto Escondido.

               
                  

René De León G.

5 de noviembre de 1978

 

 

 

 

 

 

A TRAVÉS DEL VALLE

A TRAVÉS DEL VALLE

      

Las sabanas del valle arrancan desde el pie del macizo montañoso central, al norte.
   
Varios ríos y pequeños riachuelos hacen su recorrido de norte a sur por estos extensos llanos, dándoles una nota de agradable frescura y reposo.
   
Al noroeste de la llanura se encuentran altos promontorios rocallosos que forman una barrera de protección extendida por varios kilómetros, y al final de estos promontorios un sinnúmero de rocas dispersas de todo tamaño semejan guardianes de las selvas lluviosas que rodean el macizo central con sus elevados cerros cubiertos de neblina.
    
En las regiones del este, innumerables columnas de estacones dividen en parcelas una tierra ya gastada por el cultivo y el ganado.  Luego, pueblos y pueblos hasta la costa.
    
La sección del sur es una alfombra verde que choca con el mar, se hunde, emerge convertida en una alargada isla y luego desaparece.

     

René De León G.
20 de diciembre de 1978