Ninguna institución o grupo social, y menos el hogar y la escuela, pueden lograr sus fines o progresar sin organización y disciplina. Todos los grupos humanos y culturas han tenido que luchar permanentemente por la búsqueda de formas adecuadas de organizarse y conducirse para avanzar y permanecer. Esencialmente de esto ha dependido el triunfo o fracaso de los pueblos a través de la historia.
Usted puede procurarles todos los conocimientos y todos los recursos a sus hijos o a sus alumnos, pero si no los enseña a organizarse, a disciplinarse, a conducirse, vivirán desorientados y no sabrán qué hacer con los conocimientos y recursos; es más, ni siquiera sabrán cuidar y conservar los recursos proporcionados.
La teoría puede adquirirla el estudiante por sí mismo, mas el conocimiento que da frutos, el verdadero saber, el saber utilizar el conocimiento, requiere de reflexión, de razonamiento, de planificación, de métodos y técnicas efectivas, de trabajo organizado y ejecutado con inteligencia. Quien se preocupa por brindar este tipo de educación, tiene primero que preocuparse por enseñar al aprendiz a conducirse, a organizarse y auto-disciplinarse, y el estudiante no puede aprender a hacer esto si no está convencido de que es necesario, de que le da buenos resultados y le garantiza el bienestar y el éxito. Por lo tanto, convencer al alumno de la necesidad de organización y disciplina es labor esencial de todo educador: debemos comprobar, demostrar y ejemplificar con nuestra conducta esa necesidad.
Más que enseñar teoría, debemos enseñar al estudiante a buscarla, a organizarla, a usarla provechosamente, o sea, a organizarse, a disciplinarse y a conducirse de manera adecuada. Nuestro trabajo en la escuela no logrará los resultados deseados, es decir, no habrá verdadera educación, si no enseñamos a los estudiantes principios básicos de conducta y disciplina. No se puede enseñar en un salón donde hay desorden, donde cada quien hace lo que quiere, donde varios hablan a la vez, donde los alumnos se levantan sin pedir permiso.
Muchas veces disciplinarse implica convertir en costumbre o rutina ciertas conductas o actitudes relacionadas con otros valores como la responsabilidad, el respeto, la tolerancia, etc. Son parte de nuestra disciplina, por ejemplo, las siguientes rutinas: planificar siempre nuestro trabajo, cumplir con nuestros deberes, ser puntuales, saber escuchar a los demás, pedir permiso, dar las gracias, saludar con respeto, actuar siempre con rectitud y justicia.
En toda escuela, las disposiciones disciplinarias y la aplicación de sanciones deben cumplirlas todos los docentes, aun cuando no estén convencidos de que cada una de ellas, por insignificante que parezca, es esencial para el buen funcionamiento de la institución y para la formación integral del alumno. No se puede lograr disciplina si unos docentes cumplen con sus funciones y otros no, si unos docentes están comprometidos con la educación y otros no. Si esta labor educativa no se ejecuta en equipo y con los mismos lineamientos, quienes cumplen con lo acordado, confrontarán dificultades y serán rechazados por los alumnos; quienes no cumplen, serán cómplices de las faltas cometidas por los estudiantes, causarán perjuicio en su formación, y serán motivo de burla y de baja valoración de parte de los alumnos, aunque éstos no se lo manifiesten directamente.
Autor: René De León G.
2006
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